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Hablar no es pensar, el modelo del pensamiento no es la conversación entre los sujetos. La puesta en cuestión es una resonancia de ideas, una cámara resonante, que ocupa todo el espacio sin ocupar el espacio de nadie. La reflexión es un lenguaje no comunicativo, tanto hacia fuera como hacia adentro, falta el emisor y sobre todo el receptor. Cabe la posibilidad de que un individuo se identique con otro, comparta la visión de otro, siempre que se parezcan, tengan alguna semejanza, y, en consecuencia, entablen un diálogo. En cambio, la singularidad extrema de la cabeza, su rareza, el carácter residual, impide la identificación y el intercambio de opiniones, la comunidad basada en una representación común; cada una vive en su propio mundo, sumida en un estado hipnótico, ajena a todo, guiada por una determinación férrea, intransferible, de difícil comprensión. Una vez eliminada toda representación del sujeto, los lazos de unión entre los particulares, extraída la parte útil para la sociedad, queda el resto improductivo, la existencia sin más, el RESIDUO como forma de vida límite, la parte capital, aislada, que, libre, desligada de todo, es capaz de ver y pensar por sí misma. Pensamientos residuales de un pensador inútil, fermentación de los desechos. La libertad está en los despojos.

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Una idea llega donde no llega la luz, pone al descubierto las zonas en penumbra, tiene el potencial de ver en la oscuridad sin ver, revela lo oculto. El pensador necesita VER para PENSAR, aunque después piense sin ver; abre un momento los ojos, mira a su alrededor, y vuelve al instante a su madriguera, al escondrijo, a la guarida alejada del mundo exterior. La LUCIDEZ es una idea oscura, una luz fría, a duras penas ilumina la serie interminable de corredores, de galerías yuxtapuestas que conforman una teoría. El laberinto no es una imagen más, es la esencia del pensamiento; pensar es crear laberintos, iluminados por antorchas, un laberinto nuevo cada vez, lugares de pérdida y conocimiento, de ceguera y revelación. La idea es algo en lo que se está pensando, no cabe duda; del mismo modo que algo de lo que se ve, indefinible, aparece en el pensar, motivo suficiente, incentivo para seguir adelante. Como la incógnita nunca acaba de mostrarse ni de pensarse, dado que sólo se piensa en detalles de lo que se ve y sólo se ve algún aspecto de lo que se piensa, el resultado es que nunca vemos con exactitud qué se está pensando, ni es posible pensar con total certeza acerca de la visión. La laguna es el hecho fundamental e irrebasable. Todo sucede, así, con más ideas de las que serían necesarias, prima el excedente, la desmesura, y una multiplicidad de cosas a la vista imposibles de procesar, analizar, en medio de una INADECUACIÓN mutua interminable, asimétrica, que estimula tanto la génesis ideal como la manifestación de lo real. La idea es incapaz de dar cuenta de la imagen, a pesar de que es un momento fundamental en su creación; la visión no capta lo fundamental de la idea. No hay ganador en este juego; a pesar de que la partida es interminable, siempre acaba y comienza en tablas. El pensamiento, incapacitado frente lo visible, no puede sino dilucidar lo que no se ve, alumbrar las zonas oscuras del ojo. Lo que no puede verse en la imagen, se ve en la IDEA, que dice lo invisible de lo visible. Por su parte, la visión está obligada a enfrentarse a lo que no se piensa, disputa ancestral. Aquello que no puede pensarse en la idea, se piensa en la IMAGEN, que plasma lo impensable de lo pensable. La cabeza nace, es preciso, brota de los escombros y los cascotes, cuando una idea nos hace ver o una imagen nos hace pensar.

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El operador que surge del desastre, la cabeza como operador diferencial de imágenes y pensamientos, deriva visual y caracterial, está lejos de cumplir una FUNCIÓN o responder a un USO; esta irreductibilidad impide su participación en el reparto de los proyectos, no sirve para nada, y manifiesta un carácter improductivo absoluto, no sirve para nadie. En el mundo de la utilidad, aparece como una AVERÍA, un desarreglo; si sigue funcionando de algún modo, es a costa de eliminar la finalidad, función vacía, operación abierta de resultados inciertos, imprevisibles. La nave industrial está vacía, la maquinaria parada; la fábrica cierra sus puertas cuando los operarios abandonan sus puestos de trabajo. Es entonces cuando todo se pone en marcha, es ahora, una vez que el hombre sale de la escena, cuando nace un operador desligado de la PRODUCCIÓN, una actividad no productiva que escoge como lugar ideal, tierra prometida, la RUINA. La cabeza surge, brota en medio de los despojos de la representación, es (la) ruina de la representación, pabellón desmontado, con las paredes agrietadas, el único estandarte visible tras el desastre son los mástiles rotos, las banderolas hechas jirones, mecidas al viento. El pensador, vestido con andrajos, vagabundo inmemorial, habita entre las ruinas, corona un montón de escombros.

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La CABEZA no es un hombre ni una mujer, ni mucho menos EL hombre. Sólo los sujetos o las especies, se doblegan, aceptan tener un género que subsume el total de las definiciones específicas. El recurso al cuerpo no es una solución mejor, antes que una referencia segura, estable, aparece troceado, no se observa una unidad de género ni un plan corporal único. Tampoco es un objeto, carece de identidad; luego en última instancia no tiene SER. Se trata más bien del punto exacto de desaparición del sujeto y el objeto, del hundimiento de las categorías objetivas y subjetivas, zona de naufragio, agitada por tormentas, justo por debajo de la línea de flotación, bajo la superficie, visibilidad escasa, luz indirecta, que anima el pensamiento. El ahogado como sujeto gérmen, larva acuática, a punto de morir y a punto de salir a la superficie, entre dos aguas. La fractura y disolución del sujeto y el objeto, el hundimiento súbito, tiene como resultado el nacimiento de una nueva fractura, de una disyunción insuperable de la imagen y el pensamiento, náufragos virtuales, supervivientes afortunados que llegan, cada uno por sus propios medios, a una isla desierta. La ISLA es el único lugar realmente habitable, el lugar de residencia de la cabeza sin nombre y sin número, aislada en un medio desconectado, población de lo inhóspito. Tan sólo el desastre, el naufragio, permite empezar a VER, iniciar el PENSAR; es necesario perder(se), perderlo todo, estar bajo el impacto de la catástrofe, conmocionado, para recibir el don de la visión y la ideación. Pozo oscuro agitado por impresones luminosas, atrapado en sus delirios. Ninguna capitalidad, ninguna cabeza activa, viene dada ni existe un método ni una forma establecida de lograrla; como no es algo ni alguien, es imposible de DAR o LOGRAR. Es un surgimiento, surge por la despoblación del sujeto y el vaciado del objeto, espontaneidad fuera de control, libre de ideas preconcebidas, historia personal e imágenes previas. El HOMBRE no está, el individuo concreto evita comparecer, falta el esquema general, la representación genérica que le asigne una posición, una función y una designación, rígida o flexible, según los casos. Las partes son independientes, ya no giran alrededor del todo, cobran vida propia, torbellino sensorial e ideal. La comunicación entre el TODO y las PARTES queda interrumpida, no hay señal; con las líneas cortadas, los puentes volados, el hombre de la REPRESENTACIÓN se derrrumba, sucumbe, la falta de suministros deja paso a una actividad, una animación suspendida que no tiene propietario, elude la forma de la propiedad. Es la fiesta de los supervivientes alrededor de los restos del naufragio, noche húmeda iluminada por el fuego.

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Está pasando, pasó y pasará, seguro; pero ni está pasando, ni pasó en el pasado ni pasará en el futuro; en todo caso, no hay forma de saberlo. El tiempo de los pensamientos es un tiempo al margen de la sucesión temporal, saco de fechas, números y días, memoria involuntaria que no guarda ningún orden y no puede comparar sus distancias relativas. El pensar reposa suspendido en el vacío, entre el mínimo de tiempo pensable o el máximo imaginable, entre la ocasión del instante y el abismo de la eternidad. Hiato continuo en el suceso. El régimen de la unidad y sus múltiplos no es aplicable; contar el tiempo que ha pasado se revela una tarea infructuosa, que hay que recomenzar una y otra vez. Los números del debe y el haber se desbordan unos a los otros; las tablas de correspondencia no concuerdan. La idea piensa, luego pierde el tiempo, está perdida de antemano. Tanto da decir que siempre es otra, todo es diferente, como que no ha cambiado nada, todo sigue igual. No ha pasado el tiempo. La cámara del olvido, campo de suspensión, es origen del pensamiento.

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Las coordenadas en el mapa mental no asignan una posición variable respecto a un lugar fijo, un movimiento uniforme que da vueltas alrededor de un punto, centro unificador del pensamiento. Las pistas no conducen mediante un trabajo minucioso a la reconstrucción de un escenario de los hechos, círculo de confusión donde convergen las determinaciones, destino final. En realidad, desde siempre, desde el momento en que se inicia el pensar, es el punto el que se pone a dar vueltas, gira sobre un eje que modifica a cada instante, lugar móvil, independiente de cualquier referencia, que cambia de sitio sin moverse en un espacio dado. El desplazamiento del objeto pensado, larva vibrátil, es el desplazamiento del plano de reflexión, medio nutricio cambiante, variedad de múltiples dimensiones. La idea es un esbozo, describe un paisaje desconocido, extraño, evento imprevisible hasta su aparición súbita. Nadie sabe lo que va a pasar a continuación; el lugar elegido es (una) incógnita.

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Está oscuro. Aquí y ahora el ojo abandonado junto al cerebro allá y siempre inician la grabación, recorren las ruinas de una cabeza deshabitada, arquitectura efímera, en continua remodelación, sometida a todo tipo de destrucciones y reconstrucciones, ciudad de los sueños y las pesadillas, sin fronteras definidas, desierto móvil. El ritmo y la naturaleza de sus relaciones cambiantes, la suma de los espejismos y las voces, que describe el radio de acción de la cabeza, las entradas y las salidas, la presencia y la ausencia, definen con total exactitud, con la precisión etérea de una aliento, el instante decisivo de cómo pensar las cosas: cómo pensar-las y cómo pensar-lo, un afuera cegador y un adentro bajo los efectos de una gran conmoción, alianza estelar del ojo y el cerebro, la IMAGEN y el PENSAMIENTO. La idea no tiene otra realidad ni conoce otra sustancia que el carácter, el grabado que señala sus límites, rodeado de un área difusa de visibilidad, artefacto de la imagen. Palabra oscura, piedra negra que destella, emite radiaciones en múltiples longitudes de onda. Una completa determinación en un marco sin referencias, isla entre las nubes, en la que todo ha empezado o no ha acabado aún.