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El operador que surge del desastre, la cabeza como operador diferencial de imágenes y pensamientos, deriva visual y caracterial, está lejos de cumplir una FUNCIÓN o responder a un USO; esta irreductibilidad impide su participación en el reparto de los proyectos, no sirve para nada, y manifiesta un carácter improductivo absoluto, no sirve para nadie. En el mundo de la utilidad, aparece como una AVERÍA, un desarreglo; si sigue funcionando de algún modo, es a costa de eliminar la finalidad, función vacía, operación abierta de resultados inciertos, imprevisibles. La nave industrial está vacía, la maquinaria parada; la fábrica cierra sus puertas cuando los operarios abandonan sus puestos de trabajo. Es entonces cuando todo se pone en marcha, es ahora, una vez que el hombre sale de la escena, cuando nace un operador desligado de la PRODUCCIÓN, una actividad no productiva que escoge como lugar ideal, tierra prometida, la RUINA. La cabeza surge, brota en medio de los despojos de la representación, es (la) ruina de la representación, pabellón desmontado, con las paredes agrietadas, el único estandarte visible tras el desastre son los mástiles rotos, las banderolas hechas jirones, mecidas al viento. El pensador, vestido con andrajos, vagabundo inmemorial, habita entre las ruinas, corona un montón de escombros.